Los diálogos de paz entre el estado y las FARC, aunque
han avanzado en determinados puntos, dan signos de no convencer a todo el
pueblo. Pero antes de ahondar en ese aspecto, tengamos en cuenta una cosa; el
origen. Todos podemos pensar que las negociaciones son necesarias, siendo la manera
de acabar con una guerra intestina que no ha dejado sino muerte y ríos de
sangre por más de cuatro décadas (personalmente lo considero así). Eso tiene
todo el sentido del mundo. Lo que pasa es que crea gran desconfianza cuando
dicha iniciativa viene de donde viene, y con el objetivo intrínseco que tiene.
Empecemos por ésta última. Para nadie es un secreto que la intensión altruista
de Juan Manuel Santos no es de destacar. Todos sabemos que lo que él busca es
la nominación al Premio Nobel de Paz, con una gran posibilidad, así sea años
después, de ganarlo. Es normal que dicho triunfo merezca un reconocimiento tal,
claro está. Lo que pasa es que con Santos uno nunca cree que tiene buenas
intenciones y siempre piensa lo peor. Una cosa es que una banda como U2 haga
música buena, y por consiguiente se llenen de reconocimiento y plata. Otra cosa
es un artista con la canción más estúpida pero al tiempo pegajosa, se vuelva un
hit, le llegue plata, lo reconozcan y después nadie lo recuerda. Bueno, Santos
propone una canción pegajosa (Proceso de Paz) para recibir plata (Premio Nobel).
Nunca fue un tipo que estuvo en conservatorios, conciertos, corchea,
semicorchea, blancas, negras. La única partitura que conoce es la del
presupuesto nacional.
Santos es una persona que sin el guiño de su
antecesor, de quien fue Ministro de Defensa, no hubiera sido presidente del
país del Sagrado Corazón de Jesús. Y más duró la lesión de James que Santos
traicionara a Uribe, cambiara las políticas por las que fue elegido y manejara
el país de una manera, tal vez adecuada, pero no acorde con las directrices de
quienes lo eligieron. Cero y va uno.
Cuando el proceso de paz se hizo una realidad y ante el
alboroto de sus otrora seguidores, Santos manifestó que el acuerdo final que se
logre en la Habana entre el gobierno y las FARC pasaría por un referéndum,
antes aprobado por el Congreso, con el fin de que sea la ciudadanía quien al
fin decida qué se aprueba y qué no. Este aspecto, se ha tambaleado últimamente.
Para el gobierno porque lo que se filtra desde Cuba, así sea erróneo, hace que
la gente esté inconforme con lo que pueda resultar. Para el pueblo porque,
debido a esa inconformidad y a la intención de rechazo de lo que se pacte, el
gobierno ha estudiado la manera de cambiar el mecanismo de referendo por otro
que no involucre la decisión de la ciudadanía. Según su forma de proceder y de
cambiar sus palabras a mitad de camino, es muy posible que eso sea lo que pase.
Cero y van dos.
La laxitud del gobierno para con los miembros de las
FARC y los castigos que deberán pagar han hecho que el pueblo se sienta
insultado. Bastante narcotráfico y terrorismo tienen encima como para que ahora
sean tratados como un cuerpo diplomático de un estado dentro de otro estado, es
decir, como los tratan en Venezuela. Hay víctimas de todas las clases que, con
toda razón, exigen que se les castigue con cárcel para que paguen por sus
delitos. Lo que sí digo yo es que, ojo! Así como Santos es permisible con las
condenas y consecuencias a futuro del secretariado de las FARC, que recuerden
esos últimos con quién están negociando. Una vez estén firmados los acuerdos,
tomadas las fotos con abrazos, sacando pecho y sonrisas dientes pa’ afuera, se
entreguen ciertos mandos medios y armas medias, se visualice un país en paz después
de 60 años, ahí, en ese momento, Santos sacará lo más innato y personal que
tiene, les dará la espalda y los guardará a todos en la cárcel, para luego, en
algunos casos, extraditarlos. Cero y van tres.
Lo único que impedirá que la traición no sea inmediata
es el para qué de todo el proceso; la nominación al Nobel. Santos me acuerda a
alguien que me decía: “Yo soy un hombre de principios, pero si no te gustan,
tengo otros”.